Todos preferimos atacar a defender, ese es un hecho indiscutible que desde pequeños hemos pregonado. Sea en el patio del colegio o jugando con nuestros hermanos en casa, ninguno queríamos formar parte de la defensa y preferíamos marcar goles y soñar con que un estadio entero nos aplaudía tras conseguir un hat trick frente al máximo rival. Esta nota constante se observa a la perfección en el fútbol de élite, en la que los jugadores creativos en zona de tres cuartos proliferan mientras que los centrales brillan por su ausencia. Hoy en día es difícil encontrar zagueros solventes y con proyección en el fútbol europeo, razón por la que cada vez se paga más por un central que sea la excepción a dicha norma.
En la selección española, por suerte, llevamos muchos años contando con defensas centrales fuertes y expeditivos que nos han dado muchas alegrías. Gerard Piqué y Sergio Ramos han conformado una dupla inolvidable que, sin embargo, comienza a tocar a su fin, por el anuncio de retirada del primero y por los continuos fallos que últimamente está cometiendo el segundo. Para suplirlos, no obstante, no existen en nuestro país zagueros consolidados capaces de asumir con jerarquía el papel de jefe de la defensa. La época en la que Nadal, Hierro, Paco Jémez, Alkorta o Abelardo compartían generación ha quedado muy lejos y hoy parece que ningún niño quiere ser defensa, y por ello en la élite apenas los encontramos.
Aun así, en el fútbol español están apareciendo jóvenes promesas que comienzan a llamar la atención de Julen Lopetegi de cara a cubrir esa parcela del campo en un futuro no muy lejano. Son los casos de Jorge Meré y de Jesús Vallejo. Tanto uno como otro llevan años formando pareja en las categorías inferiores de la selección y ambos son titulares indiscutibles en sus actuales clubes, Sporting de Gijón y Eintracht de Frankfurt respectivamente. Meré incluso ha sido llamado como reserva por Vicente del Bosque hace escasos meses, mientras que Vallejo está llamado a liderar la defensa del Real Madrid, club al que pertenece. Es posible, por tanto, que aún haya esperanza.